La oscuridad encontró un resquicio

Disponible en formato ebook en Amazon y en versión impresa.

Cinco años antes…

Xandra caminó por la oscuridad del bosque hasta llegar a la pequeña construcción. La luna llena iluminaba el camino que solo ella y otros pocos conocían. Se movía con destreza entre la maleza, sin dejar que las ramas estropeasen su falda y su chaqueta de color negro, impolutas. A sus cuarenta y cinco años tenía un físico envidiable. El pelo, blanco por las canas desde hacía un par de años, brillaba a la luz del astro nocturno con un aspecto plateado. Entró en el vestíbulo, donde una mujer se encontraba sentada ante una consola de trabajo. Nadie hubiese esperado encontrar allí, en mitad del bosque, una terminal para analistas del servicio de inteligencia; pero ella misma se había encargado hacía unos años de que quedase instalada ―antes de que la degradasen―. Una vez colocada, movió los hilos necesarios para que todos se olvidasen de su ubicación; y, de paso, se quitó de en medio a los técnicos que la habían instalado. El trágico accidente de su vehículo en una salida rutinaria nunca tuvo una explicación del todo convincente ―fue una auténtica delicia para Xandra tener que dar el pésame a la mujer e hija de uno de ellos.

― ¿Marina, lo tienes ya? ―preguntó.

Marina no respondió al momento. A través de sus gafas, además de la superficie interactiva del escritorio, era posible visualizar un entorno de trabajo tridimensional proyectado desde la propia mesa mediante luz polarizada multifocal. Diagramas repletos de números y cálculos desfilaban ante sus ojos. Al cabo de un rato giró la cabeza y le dijo:

― Impresionante. No creía que fuese posible, pero es verdad.

Marina sentía envidia del físico de Xandra. Xandra tenía un cuerpo fibroso y estilizado y, aunque Marina era doce años más joven, era evidente que le sobraban unos cuantos kilos para empezar a considerar que su peso fuera, al menos, aceptable. Además, mientras Xandra vestía siempre de manera impoluta y elegante, Marina descuidaba bastante su apariencia, generalmente desaliñada y con ropas holgadas.

Pero ambas mujeres se entendían a la perfección. Marina era inteligente y buena en su trabajo, pero la mayor parte de sus compañeros la consideraban huraña y con un sentido del humor bastante retorcido. Aun así, era buena en lo suyo. Por eso el servicio de inteligencia se había fijado en ella desde la facultad. Además, sabía mentir, y por eso nunca habían detectado sus pequeños defectos en las diferentes pruebas psicológicas que eran necesarias para el acceso al cuerpo. Nadie había hecho nunca ningún esfuerzo por acercarse a ella en lo personal, hasta que, hacía un año, la agente Xandra se le acercó. Marina conocía el pasado de Xandra. Todos en el cuerpo lo conocían. La mujer había sido teniente del servicio de inteligencia de la Unión Europea, pero un desafortunado incidente le hizo perder ligeramente la cabeza. Por algún motivo que la mayoría desconocía, en lugar de expulsarla, se le sometió a un tratamiento psicológico y psiquiátrico y se le degradó al rango de agente raso, pero se le permitió continuar en el cuerpo. Hasta entonces, Marina había considerado a Xandra una estirada que siempre miraba por encima del hombro a sus subordinados, pero a partir del incidente y de su reincorporación, la exteniente comenzó a interesarse por ella. Inicialmente, le expresó su curiosidad por el trabajo de analista: en qué consistía exactamente, cómo funcionaban los sistemas de apoyo a la toma de decisiones, qué capacidades de acceso y modificación de datos existían… Con el paso de las semanas la curiosidad fue, poco a poco, cambiando hacia lo personal. El primer pensamiento de Marina fue que ese acercamiento pudiera deberse a cuestiones sexuales, pero pronto descubrió que no era un tema en el que ninguna de las dos estuviera interesada. Al menos no como lo estaba la mayoría de la gente. Y fue así como ambas se dieron cuenta de que tenían mucho en común, empezando por la amarga sensación de que el mundo las infravaloraba ―y la convicción de que era necesario darles a todos una buena lección.

― ¿Está cómodo nuestro invitado? ―preguntó Xandra.

― Teniendo en cuenta que me he tenido que emplear a fondo para asegurarme de que no se dejaba nada en el tintero, lo dudo ―respondió Marina.

― Espero que hayas sido concienzuda ―dijo con una ligera sonrisa.

― He tenido una buena maestra.

Xandra bajó las escaleras situadas en una esquina de la sala y se dirigió a una pequeña celda situada en el sótano. Abrió la puerta. El olor era bastante desagradable, estaba claro que el hombre atado a la silla se había orinado encima, había vomitado y, probablemente, también había vaciado sus intestinos. La realidad era que, a ella, mientras no se le ensuciase la ropa le resultaba indiferente.

― Basta, por favor ―masculló débilmente, sin levantar la cabeza.

― Tranquilo, me ha asegurado que no te va a hacer más daño.

Con lo que pareció un esfuerzo sobrehumano, el despojo que se hallaba ante ella entornó ligeramente la mirada para observar a su nueva visita.

― Por favor, yo no quería hacer mal a nadie.

― Cariño, ¿no entiendes que lo que has hecho es muy grave?

― Se lo he contado todo… ¡todo! Dejadme ya, por favor… tengo familia, dos hijos…

Sus sollozos habrían roto el corazón a cualquier persona con sentimientos. Para su desgracia, no era el caso de Xandra.

― Sshhh, silencio. Tranquilo ―le puso el dedo en la boca, para hacerle callar, con cuidado de no tocar la mitad de la cara que dejaba a la vista la carne y el músculo―. Estoy convencida de que has colaborado, aunque te ha costado un poco, por lo que veo.

― No… no… yo le dije todo desde el principio… ella insistía, pero yo no sé nada más.

― Entonces, ¿es cierto lo que le has dicho? ¿Lo encontraste por casualidad?

― Sí…

― Dime cómo pasó, una vez más; tal y como se lo has dicho a ella; luego te dejaré libre.

Observó detenidamente su lamentable estado. La mitad de su cara estaba despellejada, los dedos que había en el suelo deberían de haber estado, obviamente, en su mano derecha, y la sangre en sus rodillas indicaba a todas luces que habían clavado algo en ellas.

― Por favor… por favor… ―lloraba cada vez con mayor intensidad.

― Ya, ya… seguro que no quieres que ella vuelva a entrar, ¿verdad?

El sujeto levantó la cara. Xandra sintió un escalofrío de excitación al ver su mirada, rebosante de terror.

― No, por favor… lo repetiré todo.

― Te escucho…

― Fue por casualidad… ―balbuceó―. Estaba analizando un conjunto de datos, cuando me di cuenta ―su tono de voz fue cogiendo confianza según hablaba, como si fuese un relato que ya había contado en más de una ocasión―. Las desviaciones de los cálculos no eran aleatorias. Se podían establecer patrones y, si se interpretaban correctamente, era posible encontrar correlaciones, identidades, descifrar mensajes… incluso manipular entradas para introducir nuevas informaciones en el sistema ―paró un momento para coger aire.

― Sigue, no pares ―le animó a continuar con su relato.

― Yo quise advertirlo, pero pensé… pensé… que, si tomaba un poco de ventaja del hecho de saberlo, no hacía daño a nadie…

― Claro. Tranquilo. Continúa ―su voz era suave, maternal.

― Solo quería dar alguna comodidad extra a mi familia. No hice nada que llamase la atención, no quería excesos… solo una vida un poco más sencilla para ellos.

― Eres una buena persona.

― Sí, sí. Eso es ―había un atisbo de esperanza en sus ojos.

― ¿No hablaste con nadie?

― No. No. Y no se lo contaré a nadie más, por favor. Haré lo que sea necesario.

― ¿Estás seguro de que nadie más lo sabe? ―insistió.

― Nadie… que yo sepa. Quien lo hizo… si es que lo hizo alguien. Tal vez haya sido un fallo en el propio diseño del sistema… tal vez una puerta trasera que alguien colocó… de forma muy sutil, muy inteligente…

― Entonces, usando esta puerta trasera de manera hábil, ¿es posible alterar los resultados de los propios sistemas de apoyo a la toma de decisiones?

― Eso es. Es posible alterar resultados, aprobar propuestas, desviar fondos…

― ¿Y qué posibilidades hay de que alguien se dé cuenta de que se está haciendo?

Miró a Xandra con gesto de no comprender la pregunta. Xandra suspiró.

― Te lo voy a preguntar de otro modo, mucho más directo: ¿cómo lo uso para que nadie sepa que lo estoy haciendo?

Fue entonces cuando él comprendió sus intenciones.

― Bueno… necesitarían un lugar desde el que empezar a tirar del hilo. Alguien con capacidad de acceso de alto nivel al sistema, con rol de supervisor, tendría que conocer un hecho concreto a investigar y, desde ahí, y sabiendo bien cómo funciona el sistema oficial de apoyo a la toma de decisiones, tendría que revisar los metadatos de cálculo del sistema para detectar las incoherencias. Los cálculos se propagan hacia atrás de manera consistente, es como si dejasen una especie de estela que une los diferentes subsistemas afectados, pero hay que saber mirar muy bien para encontrarlos.

― Si no he entendido mal, si quien usa de este modo el sistema no deja que nadie con suficiente nivel de acceso se acerque a aquello que ha alterado, no habría ningún problema, ¿verdad?

― Eso es…

― Y eso es lo que a ti te ha llevado a esta situación, ¿verdad?

Él bajó la vista, y comenzó a llorar de nuevo.

― Quién iba a decirte que tu vecina, Marina, iba a sospechar que estabas consiguiendo cosas que no se correspondían con tu nivel de renta. Y que iba a ser capaz de cualquier cosa para descubrir cómo lo estabas haciendo.

El llanto continuó. Xandra se situó detrás de la silla. Le acarició con suavidad la parte de la cara que aún tenía piel y le levantó ligeramente la cabeza. Los ojos del hombre se abrieron con una mezcla de sorpresa y dolor cuando el cuchillo rasgó de forma limpia su cuello. El gesto de la mano fue exquisito, con la muñeca ligeramente levantada, sin dejar que una sola gota de sangre le manchase la ropa. El gorjeo solo duró unos instantes. La mujer salió de la celda y cerró con cuidado la puerta tras ella.

― ¿Qué opinas? ―preguntó al volver a la sala con su compañera.

― Esto es una mina de oro. No entiendo cómo esto ha estado aquí, delante de nuestros ojos, desde hace tanto tiempo. Y pensar que no nos hemos aprovechado de ello antes.

― Bueno, ese imbécil ha tenido la desgracia de enseñárnoslo. Al menos ha tenido un buen final.

― ¿Un buen final?

― Bueno para mí, quiero decir… tengo que reconocer que lo he disfrutado.  Encárgate de que todo quede bien limpio. No quiero cabos sueltos ―ordenó.

― Creo que puedo enviar un mensaje de despedida a su familia. Pensarán que se ha suicidado, o que se ha fugado con alguna fulana a vivir la vida… haré lo que me parezca más divertido.

― Lo dejo en tus manos, ya me pondré en contacto contigo.

― Adiós.

Xandra salió de la construcción. Miró a ambos lados para cerciorarse de que no había nadie merodeando. Durante unos instantes se quedó mirando las sombras de los árboles. La oscuridad tenía voces para ella; voces que la animaban a seguir adelante con su plan, costase lo que costase. Sonrió, animada por las palabras que el aire nocturno susurraba en su mente. Cruzó a través de los árboles por el pequeño camino. La tenue luz en el horizonte indicaba que no quedaba mucho para el amanecer.

Salió a una carretera, donde un hombre la esperaba en un coche, sentado en el asiento del conductor. Cada vez era más complicado encontrar vehículos que no fuesen autónomos, aunque con los contactos adecuados siempre era posible localizar un contrabandista de lo que fuera.

― Vamos ―le dijo.

― Sí, señora.

El coche arrancó y se alejó por la carretera.

Una solitaria figura miró desde la distancia, hasta que el vehículo hubo desaparecido. Se quedó quieta durante unos minutos, como si aún pudiese ver el coche, más allá de lo que hubiese sido posible para cualquier otra persona. Se giró y comenzó a caminar por la carretera en dirección contraria.

Al cabo de un rato, a su espalda, escuchó el sonido de un automóvil que se acercaba. Se situó sobre la calzada, y continuó caminando por la mitad del carril. El vehículo detectó su presencia y los sistemas de seguridad lo hicieron parar antes de que llegara a tocarla.

Las puertas se abrieron, y una pareja de mediana edad salió del mismo.

― ¿Estás loca? ¿Qué haces andando por mitad de la carretera a estas horas de la noche? ―dijo la mujer.

La caminante se giró. Tenía marcas de lágrimas en las mejillas, los ojos hinchados y enrojecidos.

― Me he perdido. ¿Podéis llevarme a la cuidad más cercana? ―dijo con tal amargura que nadie hubiese dudado en brindarle ayuda.

Era una mujer joven, menuda, con el pelo negro y la piel pálida. Vestía unos pantalones vaqueros ceñidos y una camiseta blanca ajustada.

― Por supuesto, cielo. ¿Pero cómo has llegado aquí?

― Salí a pasear ―dijo la joven mientras se acercaba a la puerta trasera del coche―. El sistema de localización de mi reloj dejó de funcionar, perdí la noción de dónde estaba. Llevo más de diez horas deambulando por el bosque.

La puerta se abrió. Dentro estaban los dos hijos de la pareja, chico y chica. Adolescentes.

― ¿Me hacéis un hueco? ―preguntó la desconocida.

― Claro, cómo no ―dijo el chico, sentado junto a la puerta que acababa de abrirse―. ¡Ponte a un lado! ―gritó a su hermana, que viajaba en el asiento central.

― Lo podrías pedir por favor, ¿no? ―respondió enfadada, al tiempo que le lanzaba un codazo.

― Por favor, no quiero ser motivo de peleas, en serio.

― ¡Martín, Helene, dejad de pelear! ―se quejó la madre―. Siempre igual, no podéis parar ni en una situación así.

― Perdón, mamá ―dijeron los dos al unísono, mientras se hacían a un lado y dejaban hueco a la mujer.

― Ya lo siento… niños…

― No pasa nada, son todos iguales ―la joven aceptó la disculpa sin darle mayor importancia.

Una vez todos estuvieron dentro del coche, este se puso en marcha automáticamente. El panel de información del interior mostraba la posición actual y la ruta prevista. La joven reparó en que era un automóvil bastante confortable, con techo transparente y asientos climatizados. Lo más probable era que se tratase de una familia de trabajadores ―luego lo comprobaría―. Acarició el material. Era sintético, sin duda alguna, pero el tacto recordaba al del cuero.

― Se continúa el trayecto ―dijo una voz procedente del salpicadero―. El incidente ha sido reportado a las autoridades.

― ¿Seguro que estás bien? ―preguntó el padre, sacándola de sus ensoñaciones.

― Sí, sí. Solo estoy cansada, y con algunos rasguños ―respondió.

― ¿Tienes hambre? ¿Sed? Tenemos algo por aquí ―insistió la madre.

― No, no. En serio ―se reafirmó―, llevaba comida y bebida en la bandolera.

― El coche va a Zaragoza ―intervino la hija―. ¿Te viene bien?

― Sí, gracias ―se quedó mirando fijamente a la niña―. ¿Te llamas Helene?

― Sí ―respondió con un pequeño atisbo de timidez ante la mirada directa de la mujer.

― Bonito nombre…

La desconocida le dirigió una sonrisa para, a continuación, girar la cabeza hacia la ventanilla y poder así dedicarse a contemplar el paisaje hasta la cuidad, en silencio y sumida en sus pensamientos.

Cambiando el mundo

Disponible en ebook y en versión impresa.

Eran las 7:19 de la mañana. Suavemente, el volumen de la música comenzó a sonar hasta despertar a Jurdan. Una vez más, Helene había dado en el clavo. La canción tenía más de cuarenta años, considerada un clásico de su estilo de inicios de siglo; pero era lo que necesitaba para afrontar un día como ese. A sus veintiocho años estaba encantado de haber llegado hasta donde lo había hecho, y de poder disfrutar de ciertas comodidades que estaban fuera del alcance de muchos otros. Le gustaba disponer de uno de los sistemas de asistencia personal más avanzados a disposición del público general ―el propio sistema era el que había escogido la casa en la que vivía―. Tenía que admitir que Helene lo conocía muy bien, pero tampoco era algo complicado, teniendo en cuenta que datos sobre sus gustos, aficiones, y buena parte de su vida, estaban disponibles para que aprendiese de ellos.

― Buenos días Jurdan, ¿has tenido un buen despertar? ―la voz femenina se escuchó en la habitación sin que su origen estuviese demasiado claro.

Era una habitación con decoración minimalista, como el resto de la casa. Los escasos muebles, blancos y de líneas redondeadas, destacaban contra las paredes oscuras. Algunas personas le habían dicho que el color oscuro hacía que el apartamento pareciese más pequeño de lo que era, pero a él le gustaba. En cuanto tuvo ocasión, configuró las paredes con tonos grises y negros, ignorando los consejos de conocidos y familiares. El único toque de color en las paredes de su habitación lo daban un par de posters, con efecto holográfico, de los personajes femeninos de su cómic favorito ―con escasa y apretada ropa.

― Buenos días, Helene ―era el nombre que habían acordado entre el propio Jurdan y el sistema―. La verdad es que lo has clavado, como siempre. Me has despertado en el momento justo; y sabes que este tipo de música siempre me anima en los días importantes ―indicar al sistema que había acertado le serviría para tomar decisiones similares en ese tipo de situaciones; hacerlo como si estuviese hablando con una persona le resultaba ameno.

― Me he tomado la libertad de encargarte un desayuno saludable. Un coche que te llevará al centro de videoconferencia de la provincia dentro de cuarenta y cinco minutos. Entiendo que tendrás tiempo suficiente para asearte y desayunar mientras ves las noticias ―indicó la asistente.

― Estás en todo ―respondió con una sonrisa.

― Aunque no entre en el presupuesto del proyecto y tenga que descontarse de tu crédito, he decidido que irás tú solo en el coche hasta el lugar de la reunión, para que tengas tiempo de revisar tus apuntes durante el trayecto, sin molestias, y con la música que te gusta para concentrarte.

― Gracias, es una buena idea.

Ese tipo de detalles le recordaban las ventajas de poder desarrollar alguno de los trabajos desempeñados por personas en lugar de por máquinas. Era cierto que aquellos que no trabajaban tenían disponible todo su tiempo para llevar a cabo sus proyectos personales, y que con la renta básica se llevaba una vida cómoda, pero él podía permitirse algunos lujos, como usar un medio de transporte para él solo, tener preferencia a la hora de escoger ciertos productos y servicios, y darse algún capricho extra de vez en cuando. Al fin y al cabo, esforzarse tenía sus recompensas. Los que habían decidido no hacerlo tampoco tenían motivos para quejarse.

Se levantó de la cama y se estiró durante un rato, para desperezarse. Era un joven bastante fibroso. Reconocía que era algo adicto al deporte, y disfrutaba de poder realizar todos los días una pequeña visita al gimnasio, y de su carrera de la tarde por el parque. No era especialmente corpulento, pero tenía los músculos bien torneados y, aunque tampoco era muy alto, entraba dentro de la estatura media.

Se quitó el pantalón con el que había dormido y se dirigió al baño para darse una ducha. Se miró en el espejo.

«Tengo que cortarme ya el pelo», pensó. La corta melena oscura, casi negra al igual que sus ojos, le llegaba prácticamente a los hombros.

No pudo evitar hacer un par de poses ridículas, sacando músculo delante del espejo.

Mientras se duchaba y aseaba, las noticias, seleccionadas según sus intereses y preocupaciones, se proyectaban en la mampara de la ducha. Ninguna noticia reseñable más allá de lo normal.

Una célula durmiente del grupo anarcocapitalista Free To Work ―narraba la voz de fondo ―ha sido desmantelada en el barrio de Barakaldo, dentro del distrito de Bilbao.

Imágenes de las personas detenidas, custodiadas por agentes de seguridad, desfilaban ante él.

Al menos diez miembros se estaban organizando y tenían capacidad para cometer acciones terroristas y contra la seguridad ciudadana…

Recordó el terrible atentado de Artxanda, unos años atrás. Jamás podría entender a esas personas, que defendían el caduco modelo económico capitalista. Su abuelo, uno de los pioneros en las acciones que condujeron al cambio de modelo socioeconómico, le había dicho en más de una ocasión que, cuando él era joven, prácticamente nadie se cuestionaba el estilo de vida capitalista. Por extraño que a Jurdan le pudiese parecer, había personas que vivieron en aquella época y que añoraban el sistema, aunque lo hiciesen en secreto. Pero lo que realmente le parecía inconcebible era que jóvenes como él, que ni tan siquiera lo habían conocido, quisiesen retroceder a ese modelo injusto.

… Con respecto a las previsiones atmosféricas ―continuó la voz, mostrando un mapa de Europa en el que se visualizaba a cámara rápida una simulación de la nubosidad y las precipitaciones―, no existen desviaciones con respecto a la última predicción, con lo que se esperan temperaturas agradables en la provincia europea vasca y cielos mayormente despejados ―un zoom mostró en detalle la simulación para ese día sobre el distrito de Bilbao.

La imagen cambió, y mostró una secuencia de planos de diferentes ciudades europeas.

El panel de expertos contra el cambio climático ―el vello de la nuca se le erizó ligeramente al escucharlo― se reunirá hoy, según lo esperado, para adelantarse a los efectos de la temporada de inundaciones en los Países Bajos.

Salió de la ducha y, tras secarse, se dirigió a la cocina. Recogió del montacargas el desayuno que Helene había encargado, y que un pequeño dron de reparto había depositado en el sistema de distribución del edificio. Continuó con las noticias de fondo mientras desayunaba, aunque no les hizo demasiado caso; tenía la cabeza en los diferentes datos que manejaba para la reunión.

― Jurdan, recuerda que es importante que te inyectes el tratamiento ―indicó la voz de Helene, al tiempo que un ligero cambio en la iluminación hizo que su atención se centrase en la nevera, donde tenía guardada su medicación para el linfoma.

― Gracias, tenía otras cosas en la cabeza.

Avanzó hacia el frigorífico, lo abrió, y cogió el dispensador inyectable. Presionó contra su brazo derecho. Notó el pinchazo, y cómo el líquido penetraba en el músculo. Recordó cómo hacía un par de meses comenzó a encontrarse mal y a levantarse empapado en sudor. Tras una consulta con un sistema de atención médica virtual, se le autorizó el envío de una pequeña muestra de sangre a través del sistema de chequeo instalado en el propio edificio. El resultado llegó al de pocos minutos. Jurdan era consciente de que, hasta hacía no muchos años, la gente se aterrorizaba ante ese tipo de diagnósticos. Pero la edición genética que había comenzado hacía años con las técnicas CISPR había avanzado de forma espectacular en las dos últimas décadas, hasta el punto que ya era posible reprogramar ciertas condiciones genéticas in vivo sin ningún problema. Un par de meses más de tratamiento y todo habría terminado.

― Tu transporte te está esperando ―dijo Helene cuando terminó de vestirse.

― Gracias de nuevo.

El día iba a ser importante. Un nuevo sistema basado en computación cuántica había terminado de definir diferentes posibilidades para afrontar los efectos del cambio climático a corto, medio y largo plazo. El panel de expertos designado por la Comisión Europea iba a mantener una reunión para valorar pros y contras de cada una de las soluciones posibles y hacer un informe público. Tras ello, toda la población con unos conocimientos mínimos sobre el tema podría participar en un referéndum bien informado y votar cuáles implementar. Era un primer paso de cara a atajar algunas de las consecuencias del efecto invernadero y seguir avanzando hacia la solución definitiva. Jurdan siempre había pensado que, si todos esos recursos malgastados en paliar los efectos del cambio climático se hubiesen podido dedicar a otra cosa, la humanidad habría avanzado mucho más rápido; pero ahora les tocaba pagar la imprudencia de las generaciones anteriores.

Dejó la taza y los cubiertos del desayuno en el armario, para que estuviesen limpios a su vuelta, se calzó y salió a la escalera.

La vecina de la puerta de enfrente acababa de salir al rellano, al igual que él.

― Buenos días, María ―saludó.

La mujer era un año mayor que Jurdan. Tenían más o menos la misma altura; los rasgos de su cara eran redondeados, con una graciosa naricilla ―operada, probablemente―; su pelo y sus ojos eran castaños, aunque Jurdan habría jurado que, según cómo les diese la luz, podían observarse brillos azulados. Vestía unas mallas negras ajustadas que marcaban sus generosas caderas ―algo que, tenía que reconocer, le resultaba bastante atractivo― y una camiseta blanca de tirantes algo suelta.

― Buenos días, Jurdan ―respondió, mientras llamaba al ascensor―. Supongo que tú bajarás andando como siempre, ¿verdad?

― Sí, hoy también. El tratamiento es más efectivo cuanto más muevo los músculos. Tengo ganas de que esto termine de una vez.

― ¿Cómo llevas los efectos secundarios? ―se interesó.

― Los mantengo bastante a raya, pero no deja de ser incómodo. De todas formas, estoy acostumbrado a no usar ascensores desde pequeño, ya te he dicho en alguna ocasión que es tradición familiar, ja, ja, ja ―su risa sonó bastante tonta.

― Por si terminas pronto la reunión, que sepas que voy a ir al gimnasio de la azotea antes de comer. Si me avisas podría esperarte, así me pones al día de lo que habléis. Aunque más adelante hagáis pública la información, nunca está de más enterarse de primera mano de lo que hayáis estado comentando en el panel de expertos ―el ascensor llegó y ella se quedó en mitad de la puerta para evitar que se cerrase.

― Experto es el sistema que ha barajado las opciones, je, je ―a pesar de sus veintiocho años, una vez más, no pudo evitar tener en su cara esa expresión de adolescente―, nosotros solo vamos a revisar las opciones y a dar un repaso al informe de cálculos para ver que el sistema no haya obviado ningún detalle.

― Bueno, algo sabrás del tema, de lo contrario no te habrían seleccionado para ese puesto ―la luz del ascensor comenzó a cambiar de tonalidad, indicando que la puerta llevaba demasiado tiempo abierta.

― Solo me han seleccionado porque tengo experiencia en computación cuántica, y este es uno de los primeros proyectos de envergadura que se ha asignado a un modelo basado en esa nueva arquitectura… no quiero entrar en detalles, pero a lo que voy, que el clima no es mi punto fuerte, en lo que voy a asesorar es sobre los posibles pasos que el sistema haya podido dar para tomar las decisiones. Bueno, tampoco te cuento nada nuevo, porque tú misma supervisas sistemas inteligentes, ¿verdad? ―la luz del ascensor comenzó a tomar una tonalidad rojiza.

― Pero lo mío son sistemas de arquitectura clásica, el modelo cuántico añade una nueva capa de indeterminación que lo hace especialmente…

― Por favor, desbloquea la puerta del ascensor ―indicó una voz impersonal―, es muy probable que en breves momentos otro vecino quiera utilizarlo, y vuestros transportes ya están esperando.

― Habrá que hacerle caso ―admitió María―. ¿Te apetece que añada una entrada en nuestras agendas para ir al gimnasio?

― No gracias ―dijo Jurdan algo ruborizado―, la reunión puede alargarse, y no sé si después tendré ganas de meterme en el gimnasio o si preferiré salir a correr para desahogarme.

― Si cambias de opinión, me avisas y te espero. Agur ―se despidió.

La luz del ascensor recobró su tonalidad habitual, y las puertas se cerraron.

La chica de la puerta de enfrente se había mudado al bloque de apartamentos hacía un par de semanas. No habían cruzado más que un par de conversaciones, pero tenía que admitir que se sentía ligeramente atraído por ella. Tampoco era de extrañar, pensó. Al fin y al cabo, el bloque de apartamentos había sido pensado para albergar personas trabajadoras y sin pareja. El sistema que realizaba las asignaciones intentaba cuadrar a los vecinos para que, como mínimo, se sintieran a gusto unos en presencia de otros y, si había suerte… bueno, algo más.

Bajó las escaleras a paso rápido, casi corriendo, saltando cuando le quedaban cinco o seis escalones para terminar cada tramo. Lo había hecho desde que era pequeño y aún lo seguía haciendo, sobre todo cuando se sentía un poco nervioso. Era un modo de desfogarse como otro cualquiera, y le gustaba la sensación de sentirse como si fuese un superhéroe realizando algún tipo de proeza para salvar a la humanidad. De algún modo, en una parte recóndita de su mente, saltar escalones y ser un mutante de las nuevas sagas de Marvel eran dos hazañas que estaban casi al mismo nivel. Además, sabía que, habiendo salido al mismo tiempo, era prácticamente imposible llegar antes que el ascensor a la planta baja; pero se imaginó la hipotética conversación en la que María le miraba con cara de admiración por haber llegado antes que ella. Eso le animó a arriesgar, saltando un escalón extra en alguno de los tramos.

Llegó a la planta baja con la respiración acelerada y una ligera sensación de cosquilleo en el brazo en el que se había inyectado el tratamiento. Tal y como era esperable, el ascensor había bajado los catorce pisos antes que él, y la puerta se estaba cerrando para recoger a otro residente. Atisbó la parte trasera de un coche que se alejaba y supuso que sería el transporte en el que ella se había montado. Se preguntó si habría ido en un transporte comunitario o si habría escogido un transporte privado, tal y como tenía él asignado ese día. No solía plantearse ese tipo de cuestiones, pero la idea de que fuese en ese coche con alguien que le resultase interesante no le gustaba. Habitualmente, como todos, Jurdan compartía el transporte, pero no solía relacionarse demasiado con desconocidos, más allá de las típicas frases de cortesía. Generalmente le resultaba un fastidio salir de casa con intención de leer o escuchar música de camino a su destino, y encontrarse con algún conocido con quien no tuviese mucha relación, pero que se hubiese despertado con demasiadas ganas de charla.

Según salió del portal un coche de dos plazas se adelantó ligeramente y un indicativo verde en la puerta le invitó a entrar. No era muy habitual encontrar coches de dos plazas ya que, aunque fuesen para transporte individual en momentos puntuales, a nivel de economía de escala resultaba mejor desarrollar automóviles para más personas, pues su uso iba a ser generalmente colectivo.

Se montó en la plaza de la izquierda, la que tradicionalmente habría sido para el conductor en los coches manuales. No es que le importase demasiado en cuál sentarse, pero si tenía ocasión se sentaba en ella, ya que le gustaba más la perspectiva y le recordaba a cuando, siendo pequeño, su aita y su aitite[1] le llevaron a un circuito de coches clásicos. Allí había llegado a conducir tal y como se hacía un par de generaciones atrás. No se le dio muy bien y, aunque fue una experiencia interesante, no estaba dispuesto a cambiar la comodidad de poder despreocuparse durante el viaje: era un sistema de transporte arcaico, poco seguro y contaminante… de hecho, muy posiblemente, su enfermedad había surgido por toda la polución vertida décadas atrás y que aún no había sido recapturada de la atmósfera.

― Buenos días de nuevo ―saludó la voz de Helene―, veo que te has entretenido un poco antes de bajar.

― Sí, he tenido una conversación con la vecina de enfrente y me he demorado un poco. Me ha venido bien para pensar en otras cosas y desconectar. Estoy algo nervioso ―replicó.

― Espero que vuestra conversación haya sido agradable, creo que tenéis bastantes cosas en común.

― ¿Lo crees o lo sabes? Ni que la hubieseis puesto en la puerta de enfrente por casualidad.

― Ya sabes que mi misión es intentar hacer tu vida, y la de todos los usuarios del sistema, un poco más fácil y agradable ―estaba convencido de que, si Helene estuviese mostrando su rostro virtual en algún dispositivo, le estaría guiñando el ojo en ese momento―. Creo que lo mejor es que te ponga un poco de música «de batalla», como tú la llamas, te pase tus apuntes, y te deje solo durante el resto del viaje para que te puedas concentrar. Tienes todo listo en tu display personal. Para cualquier cosa que necesites, solo tienes que llamarme. Una última pregunta: como vas con tiempo, ¿quieres tomar la ruta más rápida para terminar de preparar allí la reunión, o prefieres dar un rodeo y tener más tiempo para prepararla durante el viaje?

― Mejor un rodeo. Gracias Helene, hasta luego.

Jurdan se quitó el reloj de pulsera. Desenrolló la correa de base de grafeno, sujetando cuidadosamente las partes superior e inferior. Una vez completamente estirada, apretó las yemas de los dedos. La superficie adquirió una configuración rígida y se aplanó. La voz de Helene sonó de forma impersonal, distante, preguntando:

― ¿Deseas emparejar la conexión de tu display personal con el vehículo?

Helene había pasado a un modo de actividad básica para no molestar a Jurdan, y el sistema del coche simplemente había adoptado su interfaz de voz para hacer la interacción más agradable.

― Sí.

― ¿Deseas ver las últimas noticias de tecnología antes de trabajar? ―el logotipo verde oscuro de la clásica plataforma de noticias tecnológicas que Jurdan solía leer habitualmente apareció en el display.

― No.

― ¿Deseas ver las últimas noticias generales antes de trabajar? ―en esta ocasión el display tomó una tonalidad anaranjada.

― No ―dijo de nuevo con un cierto deje de impaciencia.

Estaba claro que ese modelo de dos plazas no era demasiado nuevo. De haberlo sido, probablemente habría tenido implementada una versión más actual de medidas de salvaguarda de la privacidad, y no habría tenido que aguantar esa intromisión. Tendría que acordarse más adelante de indicar a Helene su queja por la elección, para que no volviese a repetirse. Por suerte eso fue todo y no hubo más preguntas. Algunos cortes de los últimos cinco años de death metal progresivo fueron sonando de fondo, mientras Jurdan se concentraba en sus notas y en los metaanálisis que el propio sistema de razonamiento había realizado sobre sí mismo a medida que iba desarrollando los cálculos para cada una de las propuestas. Desde que los nuevos sistemas de inteligencia artificial asesoraban a los supervisores humanos acerca de los elementos que habían tenido en cuenta para tomar una decisión, resultaba mucho más sencillo encontrar resultados erróneos. Una ligera desviación en la previsión por aquí, una probabilidad que no cuadraba por allí, pero nada que le llamase especialmente la atención. Realizó un par de cálculos usando un asistente manual y se aseguró a sí mismo que, si las desviaciones hubiesen sido menores, el resultado final habría sido el mismo. Si los modelos predictivos eran correctos, todo apuntaba a que las propuestas del sistema de apoyo a la toma de decisiones eran las adecuadas. Se sorprendió a sí mismo pensando en si la reunión terminaría pronto y en si podría decir a María que le esperase para ir juntos al gimnasio. Descartó rápidamente ese pensamiento para volver a concentrarse en sus cálculos, revisar todo el proceso una vez más, y asegurarse de que nada se le hubiese escapado.

Dejó atrás su barrio y salió del núcleo urbano. El automóvil lo llevó hasta el barrio tecnológico de la provincia, dando un rodeo por la zona boscosa a su alrededor. El distrito de Bilbao tenía su propio centro de videoconferencia, pero las reuniones de alto nivel solían llevarse a cabo en los centros provinciales, en este caso el perteneciente al distrito de Zamudio. Aunque era temprano, había bastantes personas practicando deporte por las vías habilitadas para ello. Echando un vistazo rápido por la ventanilla supuso que la mayor parte de ellos no tendrían nada importante que hacer a lo largo del día. La mayor parte de la población, una vez terminada su época de estudios obligatorios, se ocupaba de sus proyectos personales. La práctica deportiva, de manera regular y al aire libre, era una de las ocupaciones que generalmente aparecía en dichos proyectos. Se animaba a la población a practicarlo, tanto por su propio bien como para reducir la factura colectiva en sanidad. Al margen de actividades lúdicas y deportivas, algunas personas decidían ampliar sus estudios en diferentes disciplinas científicas, tecnológicas o artísticas, y dar rienda suelta a sus propias ideas de emprendizaje. En algunos casos lo hacían por el puro placer de hacer algo por su cuenta y, en otros, intentando crear un servicio novedoso. Las ideas que destacaban o tenían una aplicación que permitiese el avance colectivo se compensaban bien, y se adquirían para incorporarlas a la cartera de servicios de uso social. Y en lo alto del escalafón estaban las personas como Jurdan. Personas que se preparaban en algún área de conocimiento necesaria para desarrollar trabajos no automatizados y que, si destacaban, eran seleccionadas para intercambiar una parte de su tiempo por ciertos privilegios que no estaban al alcance de la mayoría social que decidía vivir con una renta básica.

Volvió a repasar un par de detalles en los cálculos, solicitó el acceso a un par de artículos relativos a las últimas teorías sobre propagación de desviaciones en sistemas inteligentes con arquitectura cuántica, reafirmándose en su opinión de que lo que había detectado en su anterior análisis no supondría problemas de cara a la ratificación de las soluciones propuestas. Levantó la vista y constató que estaba accediendo al principal complejo tecnológico de la provincia. El coche le llevó por el camino principal hasta el edificio central, que recordaba vagamente con su forma a un barco, probablemente debido a que la provincia en la que vivía siempre tuvo un pasado muy ligado al mar. El vehículo se detuvo suavemente.

― Hemos llegado a nuestro destino ―indicó la voz de Helene―. ¿Deseas realizar también el viaje de vuelta en un coche particular, o utilizarás un coche comunitario?

― Particular también, gracias ―respondió mientras abría la puerta.

― El coste extra se descontará de tu crédito, ¿estás de acuerdo? ―preguntó la voz. ― Sí, Helene. Gracias.


[1] «Aita» y «aitite» son palabras en euskera para «padre» y «abuelo».

Conflicto

Disponible en ebook y en versión impresa.

Salió del coche y subió por las escaleras que llevaban a la entrada acristalada del edificio. El complejo había sido uno de los primeros parques tecnológicos de la provincia, cuando esta aún se dividía en tres unidades administrativas. Había sido remodelado en varias ocasiones, pero el edificio «Barco» siempre había mantenido vagamente en su aspecto reminiscencias al medio de transporte que le confería su nombre. La puerta se abrió automáticamente.

― Bienvenido, Jurdan ―indicó una voz, en este caso masculina―. El resto de asistentes están ya llegando a sus respectivas salas de videoconferencia, por lo que deberías acceder a la sala doscientos tres e ir preparándote para la reunión.

― Gracias, así lo haré ―respondió a la voz que parecía proceder de todas las paredes al mismo tiempo― ¿Ha llegado ya Nerea? ―preguntó.

― Aún no, estará aquí en ocho minutos.

No era habitual que dos personas de la misma provincia coincidiesen en una misma mesa de expertos, pero en este caso la modeladora climática Nerea Iturbe, residente en el distrito de Donosti, era una de las seleccionadas para revisar la verosimilitud de las propuestas. La mujer tenía una amplia experiencia en estudios de campo sobre los efectos imprevistos del cambio climático. Teniendo en cuenta que su viaje era ligeramente más largo, tenía lógica que aún no hubiese llegado. Ocho minutos era un tiempo adecuado para comenzar la reunión a la hora prevista.

La iluminación del edificio era tenue. Las estancias se iban iluminando a medida que Jurdan caminaba por sus pasillos, para mostrarle el camino a la sala doscientos tres. En esa sala se llevaban a cabo las videoconferencias de más alto nivel de la provincia. Parecía no haber nadie más en el edificio, por lo que lo más probable era que Nerea y él fuesen las únicas personas presentes durante el transcurso de la reunión.

Llegó al final del pasillo que desembocaba en la sala de conferencias. La puerta corredera de acceso se abrió automáticamente para darle paso, cerrándose tras él y quedando el pasillo prácticamente a oscuras, iluminado tan solo por la luz de emergencia y por el resplandor que se colaba por las mamparas acristaladas de la sala, traslúcidas desde fuera y transparentes desde el interior. La estancia tenía las paredes blancas, con un tragaluz en la parte superior que permitía ver el cielo, despejado, con algún retazo de nube suelta. En su centro había una mesa circular, de color negro, con quince sillas a su alrededor. Sobre la mesa, junto a dos sillas contiguas, se podían leer los nombres de Jurdan y Nerea proyectándose desde la propia superficie interactiva. En lugar de sentarse directamente, se dirigió a la máquina de bebidas disimulada en un rincón de la estancia.

― Un té, por favor ―indicó a la máquina.

― ¿Rojo, sin azúcar? ―respondió una voz desde el aparato.

― Sí, por favor.

Una de las ventajas de que las máquinas conociesen tus gustos era que, habitualmente, bastaba con responder «sí» cada vez que querías algo. Lo normal era que estas supiesen de antemano lo que cada persona iba a pedir en cada ocasión, teniendo que corregirlas solo en las excepciones. Pero había que reconocer que los últimos avances en predicción de patrones de comportamiento pseudoaleatorios estaban permitiendo que incluso, de cuando en cuando, acertasen con estas excepciones. No todos los sistemas daban la opción de utilizar esa función, aún experimental, pero Jurdan la tenía activada en su perfil público. Le gustaba colaborar en la mejora de los sistemas que hacían más sencilla la vida de sus congéneres. Según su opinión, si alguien guardaba su privacidad con demasiado celo, su vida sería más complicada. O eso, o tenía algo turbio que ocultar e intentaba mantenerlo fuera de la vista de los demás. Él no tenía nada que ocultar así que, ¿por qué hacer su vida más complicada? Evidentemente, algunas cosas sí las mantenía privadas, pero solo lo imprescindible.

Cuando la tapa se abrió, recogió la taza con el té y se dirigió al lugar señalado con su nombre. Se sentó en la silla y volvió a convertir el reloj en su display personal, haciendo que nuevamente adoptase su configuración rígida. Comenzó a echar un último vistazo a los apuntes que había tomado a lo largo del viaje y en los últimos días, cuando la puerta de la sala se abrió, dando paso a Nerea.

― Buenos días, Nerea. Cuánto tiempo sin vernos en persona.

― Ah, Jurdan, es cierto, el sistema me había dicho que ya habías llegado. Buenos días a ti también ―su expresión parecía cansada, incluso podría decirse que triste.

Se levantó y se saludaron con el par de besos protocolario.

― ¿Te encuentras bien? ―se interesó Jurdan.

― No ha sido un buen día, dejémoslo ahí. Problemas con la familia.

― Vaya, lo siento, espero que se solucione.

― Sí ―espetó mientras se apartaba de Jurdan.

Estaba claro que no quería dar más detalles sobre lo que le ocurría, así que Jurdan decidió no preguntar más sobre el tema, y volvió a su silla.

― ¿Qué tal es el café de este sitio? ―preguntó Nerea mientras se dirigía a la máquina.

― No lo he probado nunca. Pensaba que eras más de té, como yo ―respondió extrañado.

― Hoy necesito algo un poco más fuerte ―miró a la cámara de la máquina―. Un café, por favor.

― ¿Solo, sin azúcar? ―preguntó la voz.

― Sí, por favor.

Nerea no comentó nada mientras esperaba, y a Jurdan el silencio le resultó ligeramente incómodo. La mujer era unos ocho años mayor que él, de talla menuda pero atractiva. Estaba de espaldas a Jurdan y este no pudo evitar fijarse en sus pantalones blancos, ajustados, y pensar que tenía un buen culo. No era el tipo de pensamiento más adecuado previo a una reunión importante como la que iban a celebrar, pero no podía evitarlo. Sabía que uno de los efectos secundarios del tratamiento de su linfoma podía ser la alteración de su libido, hacia un lado o hacia otro. En su caso estaba muy claro hacia qué lado lo había hecho. Además, había que reconocer que los ojos azules y el contraste con su pelo negro hacían que la cara de Nerea, que por lo demás podría considerarse normal, tuviese un punto extra de atractivo para él.

La tapa de la máquina se abrió y Nerea cogió la taza. Jurdan se dio cuenta de que estaba mirando fijamente el trasero de su compañera, y cambió la mirada a su cara justo cuando se dio la vuelta. Le dedico una sonrisa tonta y ella le respondió torciendo ligeramente las comisuras de los labios hacia arriba, en una sonrisa forzada. Se sentó junto a él y, en ese instante, la luz de la habitación se atenuó. El tragaluz superior se volvió opaco. Jurdan y Nerea cogieron las pequeñas gafas que había en el interior del compartimento situado en el reposabrazos derecho de cada una de sus sillas y se las colocaron. Con ellas puestas podían ver cómo en otros siete puestos de la mesa se materializaban proyecciones holográficas con los nombres de las siete personas que se reunirían con ellos. Una tras otra, sus figuras fueron apareciendo en sus respectivas sillas. Lo bueno de las salas de videoconferencia provinciales era que tenían prioridad a la hora de actualizar sus sistemas de reunión virtual. Había que reconocer que, con las gafas puestas, el resto de las integrantes de la mesa de expertos parecían estar físicamente presentes.

La tecnología había ido mejorando mucho en la última década, haciendo cada vez más innecesarias las ya de por sí escasas reuniones físicas, pero aún quedaba un trecho para que se universalizase y llegase a las salas de videoconferencia de los distritos, o incluso a las viviendas particulares. Si al menos las salas de los distritos estuviesen también equipadas con los sistemas más actuales, desplazamientos como el de Nerea, de casi una hora, podrían evitarse.

«Aunque entonces no habría podido mirarle el trasero», pensó de manera inconsciente.

Cortó esa línea de pensamiento en cuanto todos los demás asistentes aparecieron y Femke, presidenta de la mesa de expertos, les dio a la bienvenida.

― Buenos días a todos, veo que hemos sido puntuales, como es habitual.

Femke, con su característica piel de ébano que contrastaba con sus ojos verdes, hablaba en su neerlandés materno. Aun así, los sistemas de traducción simultánea hacían que cada asistente la escuchase en su propio idioma, manteniendo el tono de voz distintivo de cada interlocutor. La tasa de acierto en las traducciones simultáneas era casi absoluta, con lo que rara vez hacían falta aclaraciones.

― Buenos días, Femke ―respondió Lisandru, un hombre de complexión atlética y mirada profunda del distrito de París―, y buenos días a todos.

― Buenos días a vosotros también ―replicó Jurdan.

Uno a uno, los nueve asistentes, cinco mujeres y cuatro hombres, fueron intercambiando los correspondientes saludos previos al comienzo de la reunión. Femke y Nerea, junto con el representante del estado de Escocia, Johan, ejercían como expertos en modelaje climático. Jurdan y Lisandru eran los encargados de revisar los pasos intermedios del sistema y la coherencia de los resultados. Los dos miembros de los estados de Italia y Escandinavia, Marisa y Jörn, ejercían como administradores de recursos internacionales. Finalmente, el peso de la evaluación del impacto social recaía en los dos últimos miembros, que procedían de los estados alemán y ruso, Leonard y Milena.

― Espero que todos hayáis podido revisar las diferentes propuestas desde vuestros respectivos campos de conocimiento ―continuó Femke tras los correspondientes saludos―. Sabéis que la tarea que tenemos entre manos es importante y que las propuestas que de aquí salgan se votarán en referéndums vinculantes a nivel europeo. Comités análogos al nuestro están debatiendo de manera simultánea en otros organismos de otras federaciones. Aquellas propuestas que tengan impacto global serán refrendadas en una mesa de expertos de mayor nivel, en las Naciones Unidas, para ser votadas y aplicadas a nivel mundial.

Todos asintieron. Conocían la importancia de la tarea que tenían entre manos. Los sistemas de inteligencia artificial para el apoyo a la toma de decisiones hacían el trabajo de proceso de datos, evaluación de modelos y generación de propuestas, pero correspondía a la mesa de expertos revisar que el proceso se hubiese llevado a cabo de manera adecuada y redactar los informes finales sobre cada una de ellas. Con el informe en la mano, todos los ciudadanos con estudios suficientes para comprender sus implicaciones podrían votar en referéndum la propuesta más apropiada. Toda opción tenía sus pros y sus contras, y los recursos para aplicarlas eran limitados: lo que se gastase de más por una parte habría que recortarlo por otra.

La reunión se antojaba bastante larga. Comenzaron discutiendo las previsiones de nuevas necesidades energéticas a corto, medio y largo plazo, con un nuevo aumento de la demanda proyectada para los próximos dos, cinco y diez años, que superaría la capacidad de producción actual. Las viviendas de aquellos que vivían con rentas básicas también iban equipándose poco a poco con más asistencia virtual, y la reciente captura del primer asteroide en órbita terrestre para minería de tierras raras hacía previsible una disminución de costes tecnológicos y un aumento de la demanda. Diferentes propuestas basadas en sistemas de generación eléctrica alternativos fueron desfilando delante de sus ojos. Coincidieron en que lo ideal sería la instalación de microgeneradores de fusión distribuidos a lo largo de la geografía, localizados en los puntos en los que se estimaba un mayor aumento de la demanda para disminuir las pérdidas de transporte. Hicieron una recomendación al respecto, ya que la relación entre el coste y el rendimiento era aceptable, pero la decisión final no dependía de ellos. Jurdan y Lisandru coincidieron en que todos los metadatos y cálculos intermedios parecían adecuados y dieron por buenas las propuestas.

Llegó el turno de evaluar las sugerencias relativas a la mitigación de los efectos del cambio climático en los próximos meses y con ellas las referentes a la temporada de inundaciones, que en dos meses llegaría a la zona de los Países Bajos. En los últimos años se había conseguido paliar el impacto a base de evacuaciones parciales y de la reubicación de la población en lugares seguros en el interior. La propuesta con mayor tasa de éxito y mejor relación entre el coste y la eficiencia consistía en continuar con la misma estrategia los próximos años, mientras la captura localizada de gases de efecto invernadero y la modificación del albedo de las nubes seguían su curso, a la espera de la futura bajada de temperaturas. El impacto social era, básicamente, la incomodidad para la población. Los accidentes con víctimas se habían reducido durante los últimos años a un nivel testimonial, y generalmente involucraban solo a personas que habían desoído las recomendaciones o se habían negado a las evacuaciones temporales.

― Tengo una puntualización que hacer con respecto a esta propuesta ―indicó Lisandru―. Creo que los cálculos intermedios no son correctos. He detectado una pequeña desviación que se amplificaría en las sucesivas capas de razonamiento del sistema, con lo que la solución propuesta pasaría a ser la segunda a nivel de eficiencia.

Jurdan miró extrañado la proyección de Lisandru.

― Yo también he visto la desviación, pero tal y como lo entiendo se mitigaría y sería despreciable en los pasos finales ―replicó―. Justamente he venido revisando una vez más esos cálculos en mi viaje hasta aquí y, si no me equivoco, el resultado final es correcto.

― ¿Podríamos revisar vuestros cálculos, Jurdan, Lisandru? ―preguntó Femke.

― Por supuesto ―indicó Jurdan.

― Claro ―respondió a su vez Lisandru―. Jurdan, comienza tú, por favor.

Jurdan asintió y conectó su display personal al sistema de proyección inalámbrica de la sala, de manera que los cálculos revisados aparecieron en el aire delante de todos los asistentes, como si tuviesen suspendida ante ellos una pantalla incorpórea. Explicó los cálculos que había ido realizando y cómo, tal y como se podría deducir al aplicar varios teoremas relativos a la propagación de desviaciones en sistemas inteligentes basados en computación cuántica, estos se mitigarían afectando de manera despreciable a las probabilidades relativas a cada una de las soluciones. Gracias a esto, se seguiría manteniendo la propuesta de evacuación como la más factible de cara a minimizar riesgos y costes.

― Tus cálculos son bastante correctos ―indicó Lisandru―. Pero creo que no has tenido en cuenta una excepción que no hace posible aplicar el algoritmo clásico de contención de desviaciones tal y como tú has hecho.

Los cálculos de Lisandru aparecieron ahora ante la vista de los demás asistentes. Comenzó a redondear varios de los resultados que creía más importantes.

― Según mis cálculos ―continuó―, sería posible que la desviación saltase inmutable hasta la última capa de razonamiento, donde se amplificaría y cambiaría el orden de las propuestas. Esto haría que el uso de elementos de contención, a pesar de tener un coste inicial superior, hiciese el número de víctimas posible aún menor, compensándose la inversión a medio plazo.

Jurdan no entendía la influencia de esos cálculos en el resultado final.

― Creo que he tenido en cuenta todas las excepciones conocidas en este tipo de sistemas ―replicó, mientras el resto de asistentes seguía la conversación con interés. No eran expertos en ese campo, pero todos debían tener algún conocimiento sobre el resto de las áreas para que las recomendaciones finales fuesen consistentes.

― Precisamente las excepciones son mi área principal de investigación, como ya sabrás ―matizó Lisandru con un cierto aire de superioridad―. La base de la detección de excepciones en la propagación de desviaciones de cálculo parte de los artículos que yo mismo publiqué como centro de mi tesis doctoral hace ya quince años, y es justamente esa área en la que sigo investigando ―el resto de asistentes asintió, a excepción de Jurdan, que esperaba atentamente el motivo de la diferencia de opiniones―. Sé que la condición que ha propiciado esa desviación aún no es de dominio público, como bien has dicho, pero justamente estoy trabajando en un estudio aún no publicado relativo a la misma. No es cuestión de alargar la reunión con una clase magistral al respecto, pero creedme si os digo que no creo que actualmente haya nadie más cualificado que yo para detectar este tipo de condiciones. Os puedo asegurar que estamos ante un caso que en futuras revisiones de estos sistemas será calificado como básico.

― Pero en ese caso estaríamos hablando de un coste mayor, y si no me equivoco, los elementos de contención de los que estamos hablando son experimentales y se han introducido en la base de conocimientos sin aplicación en condiciones reales ―indicó Jörn.

― Estamos hablando también de minimizar las víctimas potenciales ―cortó Milena, con un asentimiento de Leonard, el otro experto en evaluación de impacto social.

A partir de ese comentario comenzó una discusión sobre las implicaciones de sustituir un sistema por otro, y de cómo la instalación de sistemas de contención, en caso de ser una hipótesis acertada, reduciría aún más el ya de por sí bajo impacto a nivel de pérdida de vidas humanas, llegando casi a cero. El problema era que el mayor coste impediría materializar otro tipo de actuaciones, como la construcción de todos los generadores de energía distribuidos proyectados, con lo que la solución completa, que inicialmente era bastante equilibrada, quedaba descompensada. Aun así, todos estaban de acuerdo en que, si ese era el caso, el crecimiento energético tal vez debería de reducirse debido a que el menor coste de vidas humanas tenía a todas luces un mayor peso. Todos excepto Jurdan y Nerea, que se mantenían pensativos, sumidos en sus propios pensamientos y escuchando vagamente la conversación del resto de participantes en la reunión. Jurdan buscaba información en su display, garabateaba algún cálculo de vez en cuando y levantaba la vista cuando le parecía que alguna parte de la discusión era relevante. Para aumentar su frustración, no entendía por qué el francés no había avisado de sus reticencias antes de la reunión.

Tras casi una hora de discusión, Femke decidió que había llegado la hora de zanjar el tema y proseguir. Si tenían que modificar el orden de las propuestas y probabilidades obtenidas por el sistema de inteligencia artificial, tendrían que rehacer gran parte del informe y de las implicaciones de cada una de las opciones.

― Lisandru, tal y como indicas, conocemos los motivos por los que has sido seleccionado para formar parte de esta mesa ―cortó la presidenta―. ¿Estás seguro de lo que afirmas, teniendo en cuenta las implicaciones de tu comentario?

― No tengo ninguna duda.

― Jurdan, no hemos escuchado tu opinión a lo largo de la discusión ―preguntó, dirigiéndose a él.

― He seguido repasando mis cálculos y la bibliografía a la que tengo acceso y no veo motivo para no poder aplicar mis resultados ―respondió―. No pongo en duda que Lisandru, como experto renombrado en este tipo de cuestiones, tiene más peso que yo a la hora de tomar este tipo de decisiones. Pero no habiendo podido leer el artículo en cuestión y no pudiendo contrastar la hipótesis, debo mantenerme en mi posición o, como mucho, si la mesa así lo considera, inhibirme y acatar la decisión que se tome al respecto.

― Gracias Jurdan ―respondió Femke―. Creo que todos coincidimos en que minimizar el coste humano es lo principal; así que, como primera recomendación de esta mesa, cambiaremos la orden de evacuación parcial por la instalación de elementos de contención de nueva generación.

― Gracias por tener en consideración mi propuesta ―respondió Lisandru dirigiendo una leve inclinación de cabeza a Femke―. Jurdan, amigo mío, en cuanto el estudio esté terminado tendrás acceso a sus datos, no lo dudes, y verás cómo no hay espacio para la duda en lo que te comento. Confío plenamente en que los resultados me darán la razón y en que habremos tomado la decisión correcta.

― Estaré encantado de poder echarle un vistazo en cuanto sea posible ―le respondió, dedicándole una sonrisa de cortesía.

Tal y como era de esperar, con el cambio propuesto la reunión se alargó varias horas más de lo previsto. Había que revisar cálculos y prioridades, lanzar subsistemas de apoyo a la toma de decisiones que necesitaban ser revisados, y dar forma a un nuevo informe que presentase un nuevo conjunto de propuestas. Cada una de ellas debía, además, llevar aparejada un análisis entre el coste y el beneficio.

Hicieron un breve receso para comer algo y estirar las piernas. Acordaron darse media hora de descanso y volver a reunirse al cabo de ese tiempo. Las imágenes del resto de participantes se desvanecieron, la iluminación volvió a la sala, y Jurdan guardó sus gafas y su display personal. Se levantó de la mesa, bostezó y se estiró durante unos segundos.

― Parece que hoy nos marcharemos de aquí bastante tarde, ¿no crees? ―preguntó a Nerea.

― ¿Perdona? ―Nerea parecía abstraída en sus pensamientos―. Lo siento, estaba pensando en otras cosas, no te estaba escuchando.

― Decía que hoy nos marcharemos de aquí bastante tarde ―repitió―. ¿Seguro que te encuentras bien? Te veo dispersa.

― Sí, ya te he comentado antes que son temas familiares, nada que deba preocuparte, pero hay un par de cosas que no puedo quitarme de la cabeza en este momento ―cambió de tema, como queriendo desviar la atención de lo que la afligía―. Supongo que en breve nos traerán algo de comida, ¿te parece si nos acercamos a recogerla a la entrada y comemos al aire libre?

― Me parece una idea fantástica ―dijo Jurdan con una sonrisa sincera.

La charla hasta la entrada fue bastante insustancial. Al llegar a la puerta un pequeño dron de transporte estaba suspendido a su altura, portando una bolsa aislante que contenía el almuerzo para ambos. Algunas tradiciones no cambiaban, y la gente de la zona estaba acostumbrada a comer bien, por lo que Nerea agradeció la generosa ración de legumbres al estilo tradicional, tal y como se comían en la zona.

― No va a ser lo más ligero para continuar con la reunión, pero me alegra no tener que pensar en qué voy a comer ―bromeó Nerea.

La comida de Jurdan era, en este caso, una ensalada completa. No era lo que más le gustaba y, ciertamente, no era lo que tenía indicado como preferencia en estas situaciones. Estaba claro que el sistema había decidido que esta tenía que ser una de esas excepciones en las que el chuletón y las patatas no eran lo más adecuado.

― Yo tengo que reconocer que estaba esperando otra cosa ―le respondió Jurdan a Nerea―. Pero pensándolo bien, creo que el sistema ha decidido correctamente el tipo de comida que necesitaba hoy.

― ¿Usas el sistema beta de predicción aleatoria? ―preguntó Nerea curiosa.

― Pseudoaleatoria ―le corrigió guiñando un ojo―. Sí, la verdad es que da resultados interesantes ―sonrió.

Comieron sentados en los escalones de entrada mientras comentaban algunos aspectos de los dispositivos tecnológicos que tenían integrados en sus viviendas y de cómo estos les facilitaban la vida en ciertas ocasiones. La expresión de Nerea cambió de pronto, estuvo un rato pensativa, y preguntó:

― Tengo entendido que te diagnosticaron un linfoma, ¿qué tal llevas el tratamiento?

Jurdan no recordaba haber hablado con ella del tema. Se conocían desde hacía unos meses, desde que les comunicaron que formarían parte de la mesa de expertos, pero solo habían hablado de temas profesionales, la mayor parte de las veces a través de mensajes o de videoconferencia. Solo se habían juntado un par de veces en una oficina a medio camino entre sus ciudades, para discutir algunos asuntos relativos a las implicaciones de algunas de las propuestas. Supuso que lo habría visto en algún comentario en sus redes sociales.

― Bien, gracias ―le respondió―. Pensándolo bien, y teniendo en cuenta que hoy voy a tener una actividad física bastante escasa, la comida ligera que me han traído me dará menos náuseas de las que tengo habitualmente los días de inactividad tras las comidas pesadas. Es uno de los pocos efectos secundarios que tengo, pero los llevo bastante bien. La verdad es que estoy deseando terminar con el tratamiento, pero no me voy a quejar, tengo suerte de no haber nacido hace treinta años ―la expresión de su rostro denotaba que su alegría era real.

― Tienes toda la razón del mundo, parece increíble cómo algunas de las cosas que hoy damos por supuestas hace no mucho eran completamente impensables.

― Como todo lo que estamos decidiendo hoy aquí ―dijo con la mirada perdida en el horizonte.

― Parece mentira que estemos decidiendo qué propuestas tendrá que votar toda la población europea como si fuese lo más normal del mundo, tienes razón ―admitió Nerea.

― También es cierto que tenemos una preparación acorde ―indicó Jurdan―. De todos modos, supongo que nos resulta algo normal, porque realmente las decisiones no las hemos tomado nosotros… las toman sistemas que nos hemos construido para descargarnos de esa responsabilidad, y nosotros solamente las validamos, les damos el visto bueno.

La frase les dejó pensativos durante unos segundos, cada uno sumido en sus propias reflexiones, hasta que la voz del asistente virtual del edificio les devolvió al presente:

― La reunión está a punto de reanudarse, por favor, regresad a vuestros asientos. Podéis dejar los envases en la bolsa del envío y un trasporte los recogerá y desechará adecuadamente ―les indicó, más como una orden que como una petición.

Volvieron a la sala de reuniones en silencio, y tomaron asiento. A la hora indicada la iluminación volvió a atenuarse, se colocaron sus gafas, y el resto de participantes se materializó ante sus ojos.

― Bienvenidos de nuevo ―les recibió Femke.

Continuaron la reunión donde la habían dejado, hasta bien entrada la noche. Discutieron las diferentes opciones, valoraron los cambios y dejaron algunos flecos por matizar y redefinir. Acordaron que durante las próximas dos semanas terminarían el documento de manera colaborativa, partiendo de las directrices acordadas y sin necesidad de reunirse, excepto por videoconferencia ordinaria si era estrictamente necesario. Nerea estuvo bastante más participativa durante esta parte de la reunión. Jurdan estuvo especialmente atento a las intervenciones de Lisandru. Quizás no había participado tanto como se hubiese esperado de él, pensó, pero había algunos aspectos de la intervención de este que no le cuadraban. Quería saber si había algo que se le estuviese escapando. El resto de participantes no le dieron una especial importancia. Pensaban que tal vez estaba dolido por cómo Lisandru había demostrado su mayor experiencia a la hora de tratar ciertos temas, mientras Nerea atribuyó su falta de participación en ciertos momentos a las náuseas de las que antes habían estado hablando.

Una vez levantada la sesión, tras las correspondientes despedidas, Nerea y Jurdan se dirigieron a la entrada. En esta ocasión era Jurdan quien estaba más pensativo. No hablaron mucho, pero el cansancio tampoco les había dejado muchas ganas de conversación. Dos vehículos les estaban esperando. El coche de Jurdan no era el mismo que había utilizado a la ida, sino el habitual coche de seis plazas, aunque solo para él. Nerea tenía un vehículo similar esperándola.

― Bueno, tienes un viaje algo más largo que el mío ―le dijo Jurdan a Nerea―, espero que al menos puedas descansar un rato durante el mismo.

― Precisamente para eso he solicitado un transporte particular ―contestó―. Generalmente me gusta ir conversando durante los trayectos largos, pero hoy prefiero que me dejen tranquila un rato y no tener que hablar con nadie.

― Pues no voy a ser yo quien te fastidie, Nerea ―respondió―. Te dejo descansar, ha sido un día duro y nos lo hemos ganado. Supongo que volveremos a coincidir en algún momento ―se despidió de ella con dos besos―. Y ánimo con tu problema familiar.

Una sombra de preocupación volvió a aparecer en el rostro de la mujer.

― Gracias Jurdan, seguro que se soluciona pronto. Estamos en contacto.

Nerea entró en el coche, y Jurdan no pudo evitar volver a mirarle el trasero mientras se agachaba para acceder al interior. Por suerte, ella no pareció percatarse.

«Aparte de estar enfermo, eres un enfermo», pensó para sí mismo con una sonrisa.

Jurdan entró en el coche y su expresión cambió. Había estado dando vueltas a una idea durante la reunión y estaba decidido.

Volvió a salir del coche y se dirigió a la entrada del edificio.

― Quiero volver a la sala de reunión ―dijo Jurdan al aire.

Al cabo de un rato, la voz del asistente del edificio contestó:

― No estás autorizado para el uso de las instalaciones fuera del horario de reunión.

― He olvidado algo ―en cierto modo, era verdad.

La iluminación lo guio de nuevo a la sala de reuniones. El cielo ya se veía totalmente oscuro desde la claraboya.

― Quiero utilizar mi asistente personal ―dijo al aire.

― Buenas noches Jurdan ―la voz de Helene sustituyó al impersonal asistente del edificio.

― Buenas noches, Helene.

― Me he tomado la libertad de avisar a María de que te iba a resultar imposible ir con ella al gimnasio ―avisó la asistente virtual―. Vuestras configuraciones de calendario eran compatibles a nivel de privacidad a tal efecto.

María. La verdad era que, tras la reunión, Jurdan ni se había acordado de la conversación que había mantenido con ella por la mañana. Le parecía que había pasado por lo menos una semana desde la misma. El pensamiento le duró tan solo unos segundos, ya que la decisión que había tomado le mantenía en tensión y quería quitársela de encima tan pronto como fuese posible.

― Helene, quiero efectuar una queja ―indicó con seriedad.

― Si es relativo a la incompatibilidad de tus opciones de privacidad con el coche que te ha traído a la reunión, me he tomado la libertad de ponerla por ti. He detectado que ha habido dos apariciones ilegítimas de publicidad en una situación marcada como incompatible con tus preferencias ―respondió inmediatamente la voz femenina―. Es por ello por lo que he solicitado otro vehículo para la vuelta y, en caso de que la queja sea aceptada, el coste del viaje de ida no te será repercutido.

― Gracias, Helene. La verdad es que ya ni me acordaba de eso, pero te lo agradezco ―volvió a adoptar una expresión seria―. Me he expresado mal, quiero poner una queja de alto nivel ante el comité internacional por la neutralidad científica.

― ¿Estás seguro de que quieres expresar una queja de alto nivel ante el comité internacional por la neutralidad científica? ―repitió Helene. Su voz se tornó seria, parecía como si le estuviese reprochando de algún modo lo que acababa de decir.

― Sí ―afirmó Jurdan.

― En caso de efectuar una queja contra un miembro de la comunidad científica, tanto el miembro acusado como el acusador serán investigados por una comisión independiente, para asegurar la imparcialidad de la acusación y la legítima defensa del acusado. Toda la conversación será registrada en el sistema del comité internacional por la neutralidad científica, y ni el acusador ni el acusado podrán acceder a datos relativos a la investigación durante el período que dure la primera fase de esta. ¿Estás seguro de que quieres expresar una queja de alto nivel ante el comité internacional por la neutralidad científica?

Jurdan entendía que era una fórmula legal para que comprendiese las implicaciones de lo que iba a realizar. Ese pensamiento, lejos de tranquilizarle, solo consiguió ponerle más nervioso. Aun así, estaba decidido.

― Sí ―volvió a afirmar con rotundidad―. Helene, por favor, pasa a nivel de interacción privado.

― En caso de pasar a nivel de interacción privado, no registraré la interacción que mantengas a través de mí y no podré usarla para mejorar tu experiencia en aquello relacionado con este tema en el futuro, ¿estás de acuerdo? ―preguntó.

― Sí.

Estaba un poco cansado del mensaje cada vez que iniciaba el modo de interacción privado, así que añadió:

― Por favor, no es necesario que me lo vuelvas a advertir cada vez que entre en modo de interacción privado.

― De acuerdo, tu preferencia quedará registrada.

― Y quiero utilizar un canal personal seguro con llave biológica ―indicó.

― El modo de interacción actual es cifrado, por favor, conecta tu sistema de canal seguro.

2 opiniones en “La oscuridad encontró un resquicio”

  1. Felicidades… Otra vez has dado en el clavo. Un relato ficcionado y a la vez excepcionalmente coherente… Es como una inyección de adrenalina imposible de contener. Un futuro creíble y «postseudorealista».
    He quedado absorto y anonadado.
    Whooouh. Genial

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